Si habéis llegado a esta página quizás os habrá llamado el buen color del plato, o puede que la combinación bizarra y extravagante.
Quizás la simple curiosidad os ha traído hasta aquí o puede la rareza de la combinación de alimentos, que chocante haya estimulado el apetito o las ganas de averiguar: ¿Y ahora qué nos cuentan?
Si os estáis preguntando si este plato pertenece a la tradición italiana… pues la respuesta simplemente es que no.
¡Vale, vale!
No nos hemos vuelto loco ni hacemos experimentos raros, aunque atrevernos en la cocina es sin duda nuestra divertida especialidad.
Pero esta no es la vez, y nuestro plato, a pesar de no estar incluido en la tradición gastronómica italiana, se hizo popular por su sabor fresco y su combinación perfecta entre lo agridulce y lo salado que se casa perfectamente con su color cautivador.
Premiado plato de las experimentaciones extravagantes de los años 80 se convirtió en el favorito para muchas de las parejas que, en días especiales como aniversarios o San Valentín, ya prestó su excelente servicio entre una copa de vino y la lumbre de una vela.
INGREDIENTES
500g de arroz del bueno, vaya, ese para risotto
500g de fresas frescas
3 chalotas
1 L de caldo de pollo o de gallina
30g de mantequilla
100g de parmigiano
100g de pecorino
1 vaso de vino blanco
1 cuchara de salsa de arándanos
1 cuchara de vinagre
Menta fresca
PREPARACIÓN
Lo primero es lo primero, pues como en cada grande receta, después de haber elegido con cuidado los ingredientes, pasamos a lo principal y a la base de cada plato hecho con juicio.
Cogemos nuestras bellas chalotitas y las picamos finas finas con nuestro buen cuchillo que habremos afilado pasándolo con otro.
Más fina será la cebolla mas suave resultará al paladar, aunque bien, y eso ya lo sabréis de sobra, siempre conviene hacerlo a mano y no triturarla porque, si la cebolla está, sin matar a nuestro plato, ¡qué se note!
Calentemos aceite en nuestra sartén y echémosle el picado, salteándolo de vez en cuando para que no se pegue ni se queme.
Más bajo será el fuego, más lenta su cocción, pero más suave su sabor y más blando al paladar.
Si vemos que de calor nos pasamos y el color de la cebolla tiende a oscurecerse, no pasa nada, con una cucharada de agua solucionamos el problema.
Mientras tanto vamos poniendo allí en el fuego de servicio a llama baja el caldo de pollo o de gallina, para que listo esté a la primera cucharada que se necesite.
Cuando la consistencia de las chalotas haya llegado al punto que más nos agrade, entonces subimos un poquitín el fuego y le echamos el arroz.
Lo salteamos pues para que no se quede pegándose en el fondo, y cuando notemos que la temperatura arde como para no poner la mano encima embriagamos a nuestro arroz con el vasito de buen vin blanco.
Notaremos el aroma subir al techo, igual que la esfumada y ese perfume tanto alegre. Bajamos entonces de nuevo la llama y dejamos tostar a los granos, ellos también necesitan su tiempo para recuperarse de la resaca.
Entonces limpiamos para bien las fresas, les quitamos el rabillo y, guardando 4 o 5 entre la más guapas, batimos el resto.
Volvamos entonces a nuestro arroz, removiéndolo de vez en cuando, y justo cuando su color casi haya cambiado por entero, este es el momento en que vamos a echar el primero cucharón del caldo gallinero.
A partir de este momento será una hábil tenzón entre el cocinero y su cuchara y el arroz en la sartén.
Poco a poco lo vamos removiendo, y añadiendo cucharadas de buen caldo, hasta llegar a los 20 minutos de cocción y al acabar toda nuestra cazuela de servicio.
Después de la primera cucharada añadimos también una mitad del batido rico y fresco de las fresas.
Ya veremos como poco a poco el arroz cambiará su color escureciéndose y al mismo tiempo asumiendo el sabor agrio y vivaz.
No dejemos pasar muchos minutos más, y le agregamos la cuchara de vinagre, para reforzar aquél toque agrio que bien se casa con el resultado que le vamos a otorgar.
Bien, cuando la cocción llegue casi a su punto, faltando más o menos 5 de los minutos que nos quedan, echamos adentro el resto del batido y removemos, con constancia y confianza.
Aquí está, asumiendo aún más este color tendiente al rosa.
Pero si los colores son los que nos gustan, aquí vamos a agregar a nuestro otro fruto que del bosque viene, y la cuchara con arándanos en nuestro arroz la sumergimos.
Bien, ya casi llegamos, una vueltita, otra aún y echémosle la mantequilla, removiéndola en el arroz hasta derretirla entera entera.
Mientras tanto ya lo notamos, los quesos vibran en sus platitos.
¡No temáis, llegará el momento!
Pero aún no, un momento más…
Cogemos las fresas que todavía siguen sin cortar, excepto una, la más guapa y la más hermosa y con el rabillo puesto.
Las cortamos en cuadraditos o de las formas que más nos agrade y las echamos en la sartén removiéndolas con todo.
Vamos picando también las hojas de menta fresca en pedacitos más o menos guapos, pero sobre todo perfumados.
Un puñadito lo tiramos en la sartén sin miedo ni caras raras, y los removemos oliendo.
¡Siempre oleamos!
Miremos el reloj y consideremos el tiempo que ha pasado, si a los veinte hemos llegado… ¡no!
La cocina si bien hecha está, al reloj hay que mirar, pero al sabor, textura y olor más atención tenemos que prestar.
Así que anda, a probar el arroz. Si lo notamos de nuestro gusto apaguemos el fuego y ahora sí, le vamos echando los quesos y los removemos para bien aspirando el perfume que desprende.
En este punto tapamos la sartén con una tapa y lo dejamos descansar durante unos 5 minutos más.
¡La cocina es el arte de esperar!
Mientras tanto vayamos preparando los platos y, cucharón a la mano, estemos listos para atacar.
Destapamos pues y servimos en nuestro plato, bien decoradito con la fresa reina resaltando, una hojita entera de menta fresca y una polvoreada de lo que queda de aquella troceada.
Le agregamos un toque oscuro de aromática pimienta y voila, el plato está servido.
No nos queda que sentarnos a la mesa, con una copa en la mano, con la luz de la vela, miramos a nuestro plato y con romántico movimiento a saborear este manjar.
¡Buon Appetito!
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