Los mejillones al vino blanco es uno de los platos más sencillos y difundidos en todos los pueblos de mar del Mediterráneo. Es un plato antiquísimo porque antiguo es el producto, la única variante que recibió en el tiempo fue aquella de pasar de las mesas de los más humildes a aquellas de los aristocráticos.
Cuando vamos a hacer una comida de pescado o de marisco, nunca puede faltar en la mesa uno o dos mejillones y, posiblemente que sean de lo más sencillo posible, porque de por sí el mejillón es un producto con mucho sabor, una textura suya muy buena y por supuesto un óptimo olor a la hora de cocinarlo.
Si vamos a buscar el origen de esta receta nos metemos en un lío. Cada zona, cada región, cada pueblo reivindica su paternidad. Pero como muchas veces pasas, para no decir cada vez, los seres humanos siempre hemos tenido que comer, una cosa o la otra. Si estamos en el monte, comeremos las cosas de monte, si estamos en la costa comeremos las cosas de la costa. Y si la costa nos da mejillones comeremos mejillones (eso cuando el comercio y la alimentación era aún a km 0). El mejillón es uno de los “frutos del mar” más comúnmente difundido, por eso, aquí los encontramos en todas las tradiciones gastronómicas, donde alguna vas se llama cozze al vino bianco, otra vez se llama impepata di cozze, cozze alla marinara, cozze al vapore, sauté di cozze… y muchos más, pero la sustancia no cambia y la forma de cocinarlos más o menos no cambian.
De toda forma será solo en 1773 que encontraremos una documentación escrita sobre la preparación de este plato en el Cuoco Galante de Vincenzo Corrado. Pero este recetario ya estaba recolectando todas las recetas que no podían faltar en la mesa de los ricos. En fin, lo que os proponemos hoy es un plato de una sencillez tan humilde que cuando se nos presenta en la mesa no hace otra cosa que dejarnos sentir como señores.
INGREDIENTES
2kg de mejillones
1 gajo de ajo
½ vaso de vino blanco
2 cucharas de aceite extra virgen
Perejil
Pimienta negra
Cayena (al gusto)
PREPARACIÓN
Lo primero, previamente a cualquier cosa, es poner a remojo los mejillones con agua y sal durante un par de horas, dejando que respiren, pero al mismo tiempo no coman y suelten todas las suciedades que han acumulado.
El siguiente paso, coger toda la paciencia que podamos y con un cuchillito, en el fregadero, vamos quitándole todas las excrecencias que se le incrustan en las cascaras durante su permanencia entre las rocas o en algún palo de crianza. Al mismo tiempo le arrancamos también la pelusilla que le sale de un lado, tirándola simplemente con la lama por un lado y con el pulgar por el otro a lo largo de toda la fisura hasta que notemos que se desprende ella solita.
Una vez quitado todo lo grueso, cogeremos un estropajo y los vamos rascando hasta que se les quiten todos los bultitos pequeñitos de sal, arena y cal que se le han ido endureciendo alrededor.
Cuando el color del mejillón volverá lo bastante negro lo pasaremos todos en agua para quitar las ultimas impuridades residuales y los pondremos a escurrir.
Mientras tanto cogemos el gajo de ajo, lo abrimos, le quitamos el corazón para evitar que su sabor no nos repita después, y cogiendo una cazuela calentamos el aceite.
Después de unos 5 minutos le agregamos el ajo que habremos picado para bien y lo dejamos sofreír un par de minutos como mucho.
Cuando ya veamos que su color empieza a dorarse, sin pasarse por supuesto, le echamos todos los mejillones, el vaso de vino, el perejil, la pimienta negra, la cayena si nos gusta el picante, le removemos un poco para que los ingredientes se mezclen bien y taparemos el todo.
No tardará mucho, ya después de unos 2 o 3 minutos al podemos ir destapándolo ya, y con la ayuda de una pinza empezamos a sacar los mejillones que están abierto. Esta operación es la más importante de todo el proceso, porque tendremos que sacar los mejillones nada más abrirse, solo de esa forma nos garantizaremos la jugosidad del molusco y la cocción al punto. Si lo dejáramos andar lo veríamos reducirse de volumen y endurecerse de textura. Así que, uno a uno sacaremos todos los mejillones preservando el interior al punto.
No quedarán seguramente tres o cuatros mejillones sin abrir. Allí podríamos aumentar el fuego y taparlo otra vez, e ir destapando de vez en cuando para ver si ya se han abierto, pero pasados los tres minutos como mucho, si no se han abierto ya, pues mejor dejarlos donde están.
Serviremos los mejillones en un plato regándolos para bien con su misma salsa, le polvorearemos un poco de perejil fresco y pimienta negra si nos gusta. Lo ideal sería acompañarle con unas tostaditas de pan para remojar con la salsa que está, para decir poca cosa, divina, y el plato ya está listo.
Os sorprenderéis de los gustoso que está, de lo que llena y de lo sencillo que es.
¡Buon Appetito!
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